El 5 de diciembre de 1620 un profesor del college Christ Churh de Oxford firmó un libro cuya primera edición apareció en latín y un año después se tradujo al inglés, para satisfacer las demandas de los editores que se quejaban de no vender ejemplares. Lo que quiero resaltar es que esta obra fue concebida para que fuera famosa por sí misma, sin importar el nombre de su autor, que sólo la firmó en el apéndice de la primera edición y no en las sucesivas, siendo su deseo permanecer en el anonimato más absoluto, de tal manera que las ediciones iban firmadas por un tal Demócrito hijo, cuando en realidad se trataba de Robert Barton, profesor de la misma Universidad de Oxford.
Se trata de ANATOMÍA DE LA MELANCOLÍA, tres tomos de estilo cuidado, directo y al tiempo barroco, donde emplea sinónimos y metáforas para alargar el núcleo al que quiere llegar este profesor ad vitam del college más prestigioso de la época, donde se estudia simultáneamente a Aristóteles y a Galileo. Él tiene tiempo para decir: en las ciudades vagan las esperanzas solícitas en un gran torbellino; corremos, nos apresuramos, nos empeñamos incansablemente; arriba temprano, a la cama tarde, luchando por conseguir aquello sin lo cual estaríamos mejor. Sería mucho más apropiado que estuviéramos callados, sentados y tranquilos, a nuestras anchas. Su único empeño está en las palabras, para que sean expresiones elegantes, compuestas como teselas, sin una sílaba mal situada, para luego exponer un tema pajizo; tan poco consistente como su apariencia; seguir la moda, ser escueto y cortés, es su única ocupación; ambos con el mismo provecho.
En otro momento habla de Lucrecia de Pietro Aretino cuando llegó a Roma por primera vez: el rumor de su belleza había llegado a quienes en la ciudad se dedicaban a admirar hermosas mujeres, que acudieron en masa, como suele decirse, para contemplarla y acechaban su puerta… todos buscaban conseguir su amor, unos con indumentarias galantes y costosas, otros con su porte afectado, o con música, o con costosos regalos… era feliz el que podía verla y tres veces más feliz el que disfrutaba de su compañía. Esa única mujer valía un reino, cien mil otras mujeres, el mundo entero.
Él es consciente de su extravagancia, como dice Alberto Manguel, que prologa y hace selección de este libro compendio de la sabiduría de la época clásica llevada a comienzos del siglo XVII. Burton no se recata en emplear frases de los demás; es ciclópea su obra de tres volúmenes que me costó años conseguir, y emplea una lengua remozada y llena de colorido y sensualidad.
En el comienzo de la obra en que se dirige al lector dice el nuevo Demócrito al lector: No indagues en lo que está oculto, si te gusta su contenido y te resulta de utilidad suponte que el autor es el hombre de la Luna o quien quieras… aquí no encontrarás ni centauros, ni gorgonas ni harpías, nuestra página sabe a hombre. Mi tema es el hombre y la humanidad y lo que hace los hombres, sus deseos, temores, iras, placeres, alegrías, idas y venidas, es asunto de mi libro.
Pienso que en su intención hay algo más, cierto cuchicheo de los ambientes universitarios y la sociedad de su época, esa Inglaterra que atraviesa la pequeña glaciación que hacía que el Támesis se congelaba permitiendo patinar sobre el río.
(Pintura de Hendrick Avercamp). Texto José Luis Machado.