Comentario a los gatos antropófagos de Haruki Murakami.

Haruki Murakami escribe en Sauce ciego, mujer dormida el cuento Los gatos antropófagos. Es una parábola, donde el simbolismo que representa este estilo literario, traspasa su propia naturaleza vero…

Origen: Comentario a los gatos antropófagos de Haruki Murakami.

Agilulfo entre la realidad y la ficción

Cuenta Italo Calvino en “El caballero inexistente” que en la corte de Carlomagno destacaba un personaje llamado Agilulfo que rozaba la perfección, pues en cumplimiento de su obligación …

Origen: Agilulfo entre la realidad y la ficción

La edad en la percepción de la realidad.

Con mi voluntad es como percibo el mundo. La autonomía de la voluntad es el principio que rige la vida de los adultos y aunque fue formulado como la capacidad del individuo para regular sus normas …

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El jardín de las Delicias y el tiempo que representa

El jardín de las Delicias

Ahora se cumple el quinto centenario de Hieronymus Bosch, conocido como el Bosco, y no está de más hacer algunas precisiones referidas al Jardín de las Delicias y a la propia cronología del pintor. Pues se atribuye indebidamente a Felipe II una obra que pertenece al tiempo de su abuelo Felipe I, que se caracteriza por la gran libertad de pensamiento y auge de los mercado tan distinta a la que vivió su nieto Felipe II en su tiempo. Tal es así que ante la extrañeza que se represente un drago canario en la obra se debe a que ya se comercializaba el azúcar proveniente de los ingenios de Argual y Tazacorte de la isla de La Palma en las Canarias, propiedad de la casa Wessel, cuya lonja estaba en Amberes. Así que esta obra fue encargada al propio autor por el duque de Borgoña Felipe de Habsburgo, estando casado con Juana de Castilla y viviendo ambos en Bruselas. Debido a su rápido viaje a España, por muerte de la reina Católica doña Isabel, quedó el encargo olvidado. Fue Enrique de Nassau Breda, casado con Mencía de Mendoza, quien lo recogió y lo colgó en su palacio de Breda, que habían transformado en una residencia renacentista de gran relieve y magnificencia, con autores humanistas de la talla de Juan Luis Vives que fue protegido de Mencía. Allí fue admirado este cuadro y por primera vez denominado con el nombre del cuadro de los madroños. Al morir Enrique de Nassau sin descendencia, vuelve Mencía de Mendoza a España y contraer un segundo matrimonio con el virrey de Valencia Fernando de Aragón, duque de Calabria. En las guerra de Flandes, el duque de Alba lo hace suyo al requisarlo como botín de guerra y se lo regala a su hijo natural Fernando de Toledo y cuando este muere y se subastan sus bienes es cuando lo compra Felipe II, colgándolo en su dormitorio en el Escorial. Es precisamente Ignacio Gómez de Liaño el que en un magnífico ensayo habla de este cuadro y su simbolismo en un pequeño ensayo publicado por Siruela que titula La variedad del mundo. Nada tiene que ver esta pintura desarrollada en el taller de un artista que pertenece a un paréntesis de libertad en los Países Bajos sin igual, con la sombría etapa de cien años después, donde las guerras de religión ha ensombrecido el panorama con los peores vaticinios.

La variedad del mundo y la percepción

El hombre, por mucho que lo intente, jamás podrá despojarse de su cultura, que establece un equilibrio no solo individual sino colectivo consigo mismo y con los demás, y determinará la forma en cómo percibe el mundo y cómo se representa y lo cuenta. Así, nuestra percepción en la actualidad tiene que ver con aspectos cósmicos de nuestra naturaleza, con la salida y puesta del sol, con el alineamiento donde predominan las líneas visuales y las superficies planas, en contraposición al arte en el barroco y más próximo en el modernismo. Nos gustan los espacios abiertos, diáfano, donde el horizonte quede visible, más que la superficie cerrada de un apartamento al que le han robado centímetros, o una butaca de avión donde nos introducimos como el pie en un zapato de tacón, ante la mirada complaciente de la tripulante de cabina. Y es porque lo que determina nuestra aceptación de un determinado espacio viene dado por lo que en él se puede hacer, que ha de ser siempre una extensión de uno mismo para satisfacer las necesidades vitales. También hay un impulso que controlar, porque en la vida no todo consiste en avanzar, sino también en conservar y afianzar, ya que sin duda la naturaleza humana es movimiento, citando a Pascal, pero sin dejar pasar que es precisamente ese movimiento el que al final desestabiliza. No hay nada que ayude más a la reflexión que un viaje y en este caso que he visitado la Feria Alfonsina de Guimarâes, donde se recrea la Edad Media, tengo que resaltar que sin duda fue una época de privaciones y tinieblas, donde el ser humano vivía simplemente para lograr su salvación en la otra vida, reconociendo sus bajezas y culpas, reales o imaginarias, como representa una calle dedicada a la incitación al pecado, a la lujuria y la enfermedad. Donde está presente el cadalso pero también la alegría de los panes y los quesos, los telares y los titiriteros con su música y juegos malabares, para intentar escapar de un orden cerrado y estricto a la bondad de una vida cotidiana corta y huidiza pero llena de sensaciones placenteras, donde la gente se comunica y se proyecta a través de la técnica de los maestros canteros, los herreros, el curtido de pieles o los telares, la fermentación de las uvas que ayuda a salir de la monótona vida del campo. Cuando la percepción de la realidad era circular, donde se entendía que la mujer representaba la sabiduría del orden natural de las cosas y el hombre el intelecto que unidos concebían la variedad del mundo.

 

 

 

La importancia de estar aquí. Sociedad abierta o sociedad cerrada, esa es la elección.

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Hay momentos en que surge una reflexión para establecer coordenadas sobre el momento actual de nuestra existencia. No se trata de encontrar una frase genial, ni un nuevo proyecto que alumbre ese ir cotidiano sobre nuestros pasos, sino simplemente la intención de pararse a pensar que vamos muchas veces siguiendo una corriente que nos impulsa más allá de nuestra intención y, llegados a un punto, descubrimos que no estamos donde queremos. Eso es así porque sobre nuestros proyectos e ilusiones hay un entramado de intereses que se mueven con autonomía. De ahí viene la incomprensión para ser oídos, la falta de empatía para escuchar a los demás, la huida de tantas personas, no de su situación sino del estigma de ser etiquetadas como víctimas.

Sin duda hay un fin de ciclo que nos aborda, sin que podamos hacer nada por evitarlo, de la misma manera que hace cien años la primera Gran Guerra asolaba Europa y hace doscientos años se recuperaba con hambrunas y escasez de las Guerras Napoleónicas; y en Gran Bretaña Francia o Suiza se produjeron disturbios por la escasez de grano, fue el año sin verano, la erupción del volcán Tambora, en Indonesia, con un enfriamiento y pérdidas de cosechas generalizadas. La ausencia de la ilusión de un futuro mejor, donde aún quedaba América como tierra de promisión.

Ahora nos aborda una pérdida de confianza en las Instituciones, pues existe un abuso de poder generalizado que busca constantemente lagunas que controlar, solo mitigado por el hacer silencioso de prohombres juiciosos y sensatos, que aplican con su desinteresada labor diaria una corrección a la desmemoria programada. Abundan la toma de decisiones sin consenso desde Bruselas a Moscú. La elección de candidatos a las elecciones a la Presidencia de los EEUU es un claro ejemplo de esa deriva, donde prima la ocurrencia populista y chabacana y el dinero para mantenerla. Y aunque se ha puesto coto al tratado de Libre Comercio, que bajaría de ser implementado el listón de la calidad alimentaria, aun se sigue dando prioridad a los intereses de las multinacionales y entidades financieras. También Gran Bretaña se enfrenta a un dilema entre su ser o no ser europea, más propio de una obra de Shakespeare, donde predominan los sentimientos que sobre el utilitarismo de Adam Smith, como si volviera el dilema de sociedad abierta en contraposición a sociedad cerrada de la que habla Karl Popper.

Pero no es de esto de lo que quería hablar, sino de la soledad del ser humano al que no le basta su inteligencia para mover su vida, la carencia generalizada de ideas propias que sirvan para algo más que una ocurrencia genial sin trascendencia, aunque cause simpatía o hilaridad. Este mundo donde unos pocos mandan y la mayoría ceden, como si el orden natural de las cosas no se tuviera en cuenta.

 

Robert Barton o el empeño del anonimato.

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El 5 de diciembre de 1620 un profesor del college Christ Churh de Oxford firmó un libro cuya primera edición apareció en latín y un año después se tradujo al inglés, para satisfacer las demandas de los editores que se quejaban de no vender ejemplares. Lo que quiero resaltar es que esta obra fue concebida para que fuera famosa por sí misma, sin importar el nombre de su autor, que sólo la firmó en el apéndice de la primera edición y no en las sucesivas, siendo su deseo permanecer en el anonimato más absoluto, de tal manera que las ediciones iban firmadas por un tal Demócrito hijo, cuando en realidad se trataba de Robert Barton, profesor de la misma Universidad de Oxford.

Se trata de ANATOMÍA DE LA MELANCOLÍA, tres tomos de estilo cuidado, directo y al tiempo barroco, donde emplea sinónimos y metáforas para alargar el núcleo al que quiere llegar este profesor ad vitam del college más prestigioso de la época, donde se estudia simultáneamente a Aristóteles y a Galileo. Él tiene tiempo para decir: en las ciudades vagan las esperanzas solícitas en un gran torbellino; corremos, nos apresuramos, nos empeñamos incansablemente; arriba temprano, a la cama tarde, luchando por conseguir aquello sin lo cual estaríamos mejor. Sería mucho más apropiado que estuviéramos callados, sentados y tranquilos, a nuestras anchas. Su único empeño está en las palabras, para que sean expresiones elegantes, compuestas como teselas, sin una sílaba mal situada, para luego exponer un tema pajizo; tan poco consistente como su apariencia; seguir la moda, ser escueto y cortés, es su única ocupación; ambos con el mismo provecho.

En otro momento habla de Lucrecia de Pietro Aretino cuando llegó a Roma por primera vez: el rumor de su belleza había llegado a quienes en la ciudad se dedicaban a admirar hermosas mujeres, que acudieron en masa,  como suele decirse, para contemplarla y acechaban su puerta… todos buscaban conseguir su amor, unos con indumentarias galantes y costosas, otros con su porte afectado, o con música, o con costosos regalos… era feliz el que podía verla y tres veces más feliz el que disfrutaba de su compañía. Esa única mujer valía un reino, cien mil otras mujeres, el mundo entero.

Él es consciente de su extravagancia, como dice Alberto Manguel, que prologa y hace selección de este libro compendio de la sabiduría de la época clásica llevada a comienzos del siglo XVII. Burton no se recata en emplear frases de los demás; es ciclópea su obra de tres volúmenes que me costó años conseguir, y emplea una lengua remozada y llena de colorido y sensualidad.

En el comienzo de la obra en que se dirige al lector dice el nuevo Demócrito al lector: No indagues en lo que está oculto, si te gusta su contenido y te resulta de utilidad suponte que el autor es el hombre de la Luna o quien quieras… aquí no encontrarás ni centauros, ni gorgonas ni harpías, nuestra página sabe a hombre. Mi tema es el hombre y la humanidad y lo que hace los hombres, sus deseos, temores, iras, placeres, alegrías, idas y venidas, es asunto de mi libro.

Pienso que en su intención hay algo más, cierto cuchicheo de los ambientes universitarios y la sociedad de su época, esa Inglaterra que atraviesa la pequeña glaciación que hacía que el Támesis se congelaba permitiendo patinar sobre el río.

(Pintura de Hendrick Avercamp). Texto José Luis Machado.