El jardín de las Delicias y el tiempo que representa

El jardín de las Delicias

Ahora se cumple el quinto centenario de Hieronymus Bosch, conocido como el Bosco, y no está de más hacer algunas precisiones referidas al Jardín de las Delicias y a la propia cronología del pintor. Pues se atribuye indebidamente a Felipe II una obra que pertenece al tiempo de su abuelo Felipe I, que se caracteriza por la gran libertad de pensamiento y auge de los mercado tan distinta a la que vivió su nieto Felipe II en su tiempo. Tal es así que ante la extrañeza que se represente un drago canario en la obra se debe a que ya se comercializaba el azúcar proveniente de los ingenios de Argual y Tazacorte de la isla de La Palma en las Canarias, propiedad de la casa Wessel, cuya lonja estaba en Amberes. Así que esta obra fue encargada al propio autor por el duque de Borgoña Felipe de Habsburgo, estando casado con Juana de Castilla y viviendo ambos en Bruselas. Debido a su rápido viaje a España, por muerte de la reina Católica doña Isabel, quedó el encargo olvidado. Fue Enrique de Nassau Breda, casado con Mencía de Mendoza, quien lo recogió y lo colgó en su palacio de Breda, que habían transformado en una residencia renacentista de gran relieve y magnificencia, con autores humanistas de la talla de Juan Luis Vives que fue protegido de Mencía. Allí fue admirado este cuadro y por primera vez denominado con el nombre del cuadro de los madroños. Al morir Enrique de Nassau sin descendencia, vuelve Mencía de Mendoza a España y contraer un segundo matrimonio con el virrey de Valencia Fernando de Aragón, duque de Calabria. En las guerra de Flandes, el duque de Alba lo hace suyo al requisarlo como botín de guerra y se lo regala a su hijo natural Fernando de Toledo y cuando este muere y se subastan sus bienes es cuando lo compra Felipe II, colgándolo en su dormitorio en el Escorial. Es precisamente Ignacio Gómez de Liaño el que en un magnífico ensayo habla de este cuadro y su simbolismo en un pequeño ensayo publicado por Siruela que titula La variedad del mundo. Nada tiene que ver esta pintura desarrollada en el taller de un artista que pertenece a un paréntesis de libertad en los Países Bajos sin igual, con la sombría etapa de cien años después, donde las guerras de religión ha ensombrecido el panorama con los peores vaticinios.

La variedad del mundo y la percepción

El hombre, por mucho que lo intente, jamás podrá despojarse de su cultura, que establece un equilibrio no solo individual sino colectivo consigo mismo y con los demás, y determinará la forma en cómo percibe el mundo y cómo se representa y lo cuenta. Así, nuestra percepción en la actualidad tiene que ver con aspectos cósmicos de nuestra naturaleza, con la salida y puesta del sol, con el alineamiento donde predominan las líneas visuales y las superficies planas, en contraposición al arte en el barroco y más próximo en el modernismo. Nos gustan los espacios abiertos, diáfano, donde el horizonte quede visible, más que la superficie cerrada de un apartamento al que le han robado centímetros, o una butaca de avión donde nos introducimos como el pie en un zapato de tacón, ante la mirada complaciente de la tripulante de cabina. Y es porque lo que determina nuestra aceptación de un determinado espacio viene dado por lo que en él se puede hacer, que ha de ser siempre una extensión de uno mismo para satisfacer las necesidades vitales. También hay un impulso que controlar, porque en la vida no todo consiste en avanzar, sino también en conservar y afianzar, ya que sin duda la naturaleza humana es movimiento, citando a Pascal, pero sin dejar pasar que es precisamente ese movimiento el que al final desestabiliza. No hay nada que ayude más a la reflexión que un viaje y en este caso que he visitado la Feria Alfonsina de Guimarâes, donde se recrea la Edad Media, tengo que resaltar que sin duda fue una época de privaciones y tinieblas, donde el ser humano vivía simplemente para lograr su salvación en la otra vida, reconociendo sus bajezas y culpas, reales o imaginarias, como representa una calle dedicada a la incitación al pecado, a la lujuria y la enfermedad. Donde está presente el cadalso pero también la alegría de los panes y los quesos, los telares y los titiriteros con su música y juegos malabares, para intentar escapar de un orden cerrado y estricto a la bondad de una vida cotidiana corta y huidiza pero llena de sensaciones placenteras, donde la gente se comunica y se proyecta a través de la técnica de los maestros canteros, los herreros, el curtido de pieles o los telares, la fermentación de las uvas que ayuda a salir de la monótona vida del campo. Cuando la percepción de la realidad era circular, donde se entendía que la mujer representaba la sabiduría del orden natural de las cosas y el hombre el intelecto que unidos concebían la variedad del mundo.